jueves, 21 de noviembre de 2024

A MAGANGUÉ Y EL RÍO QUE VIVE.



Oh, Magdalena, caudaloso amante,

gigante de agua que besa la tierra,

tu piel de espejo bajo el sol que encierra

el fulgor eterno del trópico amante.

Eres río y hombre, voz vibrante,

testigo de guerras y eras enteras,

en tus aguas se ahogan las quimeras

y nacen sueños en tu curso errante.


Magangué, tu pueblo, tu hija y tu musa,

te mira con ojos de amor y de historia,

escribe en sus calles tu vasta memoria,

de caños, de barcos, de luna difusa.

 

Te viertes al pueblo como un cantor,

y Magangué te escucha, madre sabia,

la que en días de calma o en la rabia

se vuelve un poema de sol y sudor.

 

Tus brazos se extienden, ramas de sal,

que abrazan pescadores y jornaleros,

donde el viento cuenta, en susurros sinceros,

la épica vida del agua y el cal.

 

Aquí Bolívar, errante en su huella,

cruzó tus venas buscando el mañana,

y el eco de historia, dulce y lozana,

resuena en los caños bajo la estrella.

 

Oh, Magdalena, tus aguas humanas

ríen y lloran, como piel que siente,

eres río de carne, amor latente,

padre de Magangué, sangre cercana.

 

Que hablen tus olas, poeta sin voz,

que el pueblo que amas cante tu nombre,

en Magangué serás río y serás hombre,

Magdalena eterno, sagrado y feroz.


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