Oh, Magdalena,
caudaloso amante,
gigante de agua que
besa la tierra,
tu piel de espejo bajo
el sol que encierra
Eres río y hombre, voz
vibrante,
testigo de guerras y
eras enteras,
en tus aguas se ahogan
las quimeras
y nacen sueños en tu curso errante.
Magangué, tu pueblo, tu hija y tu musa,
te mira con ojos de
amor y de historia,
escribe en sus calles
tu vasta memoria,
de caños, de barcos,
de luna difusa.
Te viertes al pueblo
como un cantor,
y Magangué te escucha,
madre sabia,
la que en días de
calma o en la rabia
se vuelve un poema de
sol y sudor.
Tus brazos se
extienden, ramas de sal,
que abrazan pescadores
y jornaleros,
donde el viento
cuenta, en susurros sinceros,
la épica vida del agua
y el cal.
Aquí Bolívar, errante
en su huella,
cruzó tus venas
buscando el mañana,
y el eco de historia,
dulce y lozana,
resuena en los caños
bajo la estrella.
Oh, Magdalena, tus
aguas humanas
ríen y lloran, como
piel que siente,
eres río de carne,
amor latente,
padre de Magangué,
sangre cercana.
Que hablen tus olas,
poeta sin voz,
que el pueblo que amas
cante tu nombre,
en Magangué serás río
y serás hombre,
Magdalena eterno,
sagrado y feroz.