domingo, 6 de abril de 2025

ENTRE LA FICCIÓN DE “EL GATOPARDO” Y LA REALIDAD POLÍTICA COLOMBIANA.

 

CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE


La novela El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, describe cómo un sistema tradicional se aferra a sus privilegios mientras aparenta impulsar cambios. Aunque se ubica en la Sicilia de mediados del siglo XIX, ese retrato resuena hoy en Colombia, donde abundan discursos sobre renovación y modernización que no siempre se traducen en las transformaciones profundas que gran parte de la sociedad reclama.

 


En el libro, el príncipe Fabrizio Salina entiende que, a pesar de la llegada de nuevas ideas, su poder y el de quienes lo rodean no debería verse seriamente afectado. Para eso, recurre a movidas estratégicas que conservan lo esencial de su mundo, aunque a simple vista parezca que todo está cambiando. Si saltamos de la Sicilia de El gatopardo a la Colombia contemporánea, podríamos señalar a quienes dicen querer “reformar” o “reinventar” la política, pero terminan pactando con viejas élites y se conforman con gestos simbólicos que no llegan a la raíz de los problemas.

Es así como surgen figuras similares a “Don Carloyero” —un líder oportunista imaginario— que se aprovecha de la confusión y las pocas reglas claras para ascender sin preocuparse realmente por la gente. Al mismo tiempo, el público se vuelve testigo de promesas sobre mejorar las carreteras, construir sistemas de drenaje o reducir el desempleo, planes que muchas veces se quedan en el papel. Mientras tanto, la corrupción y la política de compadrazgo, esos acuerdos de favor entre quienes están en el poder, frenan iniciativas que podrían marcar la diferencia.

Algo parecido sucede con los personajes de la novela. El joven Tancredi y la carismática Angelica, a pesar de representar la juventud y la esperanza, terminan asegurando sus privilegios, mientras la dulce Concetta, hija de Fabrizio, simboliza la ilusión de un futuro nuevo que poco a poco se difumina. Del mismo modo, hay colombianos que, con ideas frescas y ganas de cambio, se topan con un sistema hecho para los que saben “moverse” en la burocracia y las negociaciones de pasillo.

En este cruce entre la ficción siciliana y nuestra realidad, aparece el tema de la unificación italiana impulsada por Garibaldi, un proyecto enorme que buscaba revolucionar la política y la sociedad de la época. En Colombia, también tenemos grandes iniciativas para reformar la justicia, la educación o la economía; no obstante, muchas de ellas naufragan ante intereses particulares. Si en El gatopardo los nobles adoptaban cierta fachada de modernidad para seguir igual, aquí somos testigos de discursos que suenan prometedores, pero que a veces terminan en acuerdos que no quitan el sedimento de las viejas costumbres.

El reto, entonces, está en no dejarnos llevar por la apariencia de cambio, sino en exigir hechos concretos que busquen resolver la desigualdad, la corrupción y la inseguridad. Se necesita apostar por planes de largo aliento que comprendan la realidad de los barrios más vulnerables y las zonas rurales más abandonadas, siempre con un sentido de responsabilidad y un compromiso real con la comunidad. De lo contrario, nos arriesgamos a vivir, como en El gatopardo, una renovación que al final resulte ser puro maquillaje.

En este espejo literario, la clave es aprender que lo verdaderamente transformador va más allá de rostros nuevos o palabras bonitas. Colombia tiene la oportunidad de convertir sus grandes promesas en realidades visibles, pero eso implicará dar un salto que vaya mucho más allá de los pactos de siempre. Al final, evitar el desenlace gatopardista depende de la voluntad de todos: ciudadanos, líderes locales, empresarios y gobiernos, quienes deben entender que la modernización no puede quedarse en un simple cambio de escenografía.

 

sábado, 29 de marzo de 2025

LA LUCHA POR LA IGUALDAD: UNA HISTORIA COMPARTIDA DE MUJERES Y HOMBRES.


 

La historia de la humanidad no puede considerarse una línea recta ni mucho menos un relato con característica uniformes. Ha sido más bien un tejido, una suerte de mezcla de voces que han gritado en diferentes tonos por justicia, a veces solo escuchamos susurros y otras tantas son ondas con fuerza incontenible. Entre todas esas voces, las de las mujeres han sido fundamentales, logrando desafiar siglos de opresión y dibujando el camino hacia un mundo más equitativo e igualitario.

Desde los primeros llamados a estas libertades en el siglo XVIII hasta las manifestaciones más actuales, el camino nunca ha sido fácil, por el contrario, ha estado lleno de muchos obstáculos, silencios impuestos y luchas que parecen no tener fin. Pero una vez tras otra, las mujeres han demostrado que la determinación y el coraje pueden demoler muros altos. En esta lucha no han estado solas: hombres conscientes también han levantado su voz, porque la igualdad de género no es solo una causa común de mujeres, sino una responsabilidad en la que toda la sociedad está inmersa.

Cada paso ha sido una conquista. El derecho al voto, la posibilidad de estudiar, la autonomía sobre el propio cuerpo y el acceso a espacios de liderazgo, son derechos que hoy parecen innegociables, pero que en su momento fueron sueños que parecían inalcanzables y sin embargo, aquí estamos. Cada niña que va a la escuela, cada mujer que funda una empresa, cada madre que elige su propio destino es la prueba viva de que la lucha no ha sido en vano.

Un esfuerzo compartido: la igualdad no tiene género

Esta lucha nunca ha sido en solitario. A lo largo de la historia, ha habido hombres que han entendido que la equidad no es una amenaza, sino una construcción que nos beneficia a todos. John Stuart Mill, en pleno siglo XIX, fue una de esas voces. No se conformó con observar, sino que utilizó su pluma y su influencia para exigir derechos igualitarios. A su lado, mujeres como Mary Wollstonecraft, Susan B. Anthony y Emmeline Pankhurst enfrentaron el rechazo de su tiempo para abrir caminos que otros seguirían.

Pero no solo en Europa y Norteamérica hubo revolución. En América Latina, Sor Juana Inés de la Cruz desafió los prejuicios de su época para reclamar el derecho de las mujeres a la educación. Más tarde, Eva Perón y Gabriela Mistral cambiaron la historia en sus países, demostrando que la política y la cultura no podían seguir siendo dominios exclusivos de los hombres.

En la lucha por la igualdad, hubo quienes entendieron que no basta con señalar la injusticia: había que enfrentarla. Frederick Douglass, por ejemplo, no solo luchó contra la esclavitud, sino que alzó la voz en favor del sufragio femenino. En la Convención de Seneca Falls en 1848, dejó claro que la libertad no podía ser un privilegio de unos pocos, sino un derecho de todas las personas, sin importar su género.

Hoy, el feminismo sigue encontrando aliados. El economista Amartya Sen ha demostrado que la desigualdad de género no es solo una injusticia moral, sino un obstáculo real para el desarrollo de los países. Organizaciones como HeForShe han convocado a líderes y ciudadanos a comprender que la lucha por los derechos de las mujeres es, en esencia, la lucha por una sociedad mejor.

Colombia: resistencia y cambio

En Colombia, la lucha por la igualdad ha tenido rostros y nombres propios. María Cano fue una de esas mujeres que no se conformaron con el papel que la sociedad les había asignado. Se convirtió en la primera líder sindical del país, enfrentando un sistema que prefería silenciar a las mujeres antes que escucharlas. Décadas después, Esmeralda Arboleda y Josefina Valencia lograron que el derecho al voto femenino fuera una realidad en 1954, un logro que abrió la puerta a una mayor participación de las mujeres en la política.

La cultura también se ha constituido en un campo de batalla de estos ideales. Débora Arango, a través de su arte, logro exponer sin filtros la opresión generada a las mujeres en una sociedad que prefería ignorar su sufrimiento. Sus pinturas, fueron censuradas en su tiempo y hoy son símbolos de resistencia y valentía.

El camino no ha sido fácil. La violencia de género, las diferencias salariales y la falta de representatividad en espacios de poder siguen siendo desafíos que muchas mujeres enfrentan a diario. Aun así, la resiliencia ha sido más fuerte. Con la Constitución de 1991, Colombia dio un paso fundamental al reconocer la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Desde entonces, organizaciones como la Casa de la Mujer y la Red Nacional de Mujeres han trabajado sin descanso para visibilizar las injusticias y exigir soluciones concretas.

La lucha no ha sido solo de mujeres. Escritores como William Ospina y Héctor Abad Faciolince han reflexionado sobre la necesidad de suprimir el machismo desde la educación. En la política, figuras públicas como Antanas Mockus promovieron programas para reducir la violencia de género y cambiar mentalidades a través de la cultura ciudadana.

 

Un futuro escrito entre todos

La historia de la igualdad de género en ninguna circunstancia puede constituirse en una lucha de bandos, ni una competencia entre mujeres y hombres. Es más bien un proceso de transformación colectiva, un esfuerzo para construir una sociedad donde todas las personas tengan las mismas oportunidades sin importar su género.

Cada vez que alguien alza la voz contra la injusticia, cada vez que una niña se atreve a soñar sin límites, cada vez que un hombre elige ser parte del cambio en lugar de mirar desde la distancia, se escribe una página más en esta historia. Porque la igualdad no es un favor que se otorga ni un ideal inalcanzable. Es un derecho que nos pertenece a todos.

 

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  “ CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE ” La novela El gatopardo , de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, describe ...