La
historia de la humanidad no puede considerarse una línea recta ni mucho menos
un relato con característica uniformes. Ha sido más bien un tejido, una suerte
de mezcla de voces que han gritado en diferentes tonos por justicia, a veces solo
escuchamos susurros y otras tantas son ondas con fuerza incontenible. Entre
todas esas voces, las de las mujeres han sido fundamentales, logrando desafiar
siglos de opresión y dibujando el camino hacia un mundo más equitativo e
igualitario.
Desde
los primeros llamados a estas libertades en el siglo XVIII hasta las
manifestaciones más actuales, el camino nunca ha sido fácil, por el contrario,
ha estado lleno de muchos obstáculos, silencios impuestos y luchas que parecen
no tener fin. Pero una vez tras otra, las mujeres han demostrado que la
determinación y el coraje pueden demoler muros altos. En esta lucha no han
estado solas: hombres conscientes también han levantado su voz, porque la
igualdad de género no es solo una causa común de mujeres, sino una
responsabilidad en la que toda la sociedad está inmersa.
Cada
paso ha sido una conquista. El derecho al voto, la posibilidad de estudiar, la
autonomía sobre el propio cuerpo y el acceso a espacios de liderazgo, son
derechos que hoy parecen innegociables, pero que en su momento fueron sueños
que parecían inalcanzables y sin embargo, aquí estamos. Cada niña que va a la
escuela, cada mujer que funda una empresa, cada madre que elige su propio destino
es la prueba viva de que la lucha no ha sido en vano.
Un
esfuerzo compartido: la igualdad no tiene género
Esta
lucha nunca ha sido en solitario. A lo largo de la historia, ha habido hombres
que han entendido que la equidad no es una amenaza, sino una construcción que
nos beneficia a todos. John Stuart Mill, en pleno siglo XIX, fue una de esas
voces. No se conformó con observar, sino que utilizó su pluma y su influencia
para exigir derechos igualitarios. A su lado, mujeres como Mary Wollstonecraft,
Susan B. Anthony y Emmeline Pankhurst enfrentaron el rechazo de su tiempo para
abrir caminos que otros seguirían.
Pero
no solo en Europa y Norteamérica hubo revolución. En América Latina, Sor Juana
Inés de la Cruz desafió los prejuicios de su época para reclamar el derecho de
las mujeres a la educación. Más tarde, Eva Perón y Gabriela Mistral cambiaron
la historia en sus países, demostrando que la política y la cultura no podían
seguir siendo dominios exclusivos de los hombres.
En
la lucha por la igualdad, hubo quienes entendieron que no basta con señalar la
injusticia: había que enfrentarla. Frederick Douglass, por ejemplo, no solo
luchó contra la esclavitud, sino que alzó la voz en favor del sufragio
femenino. En la Convención de Seneca Falls en 1848, dejó claro que la libertad
no podía ser un privilegio de unos pocos, sino un derecho de todas las
personas, sin importar su género.
Hoy,
el feminismo sigue encontrando aliados. El economista Amartya Sen ha demostrado
que la desigualdad de género no es solo una injusticia moral, sino un obstáculo
real para el desarrollo de los países. Organizaciones como HeForShe han
convocado a líderes y ciudadanos a comprender que la lucha por los derechos de
las mujeres es, en esencia, la lucha por una sociedad mejor.
Colombia:
resistencia y cambio
En
Colombia, la lucha por la igualdad ha tenido rostros y nombres propios. María
Cano fue una de esas mujeres que no se conformaron con el papel que la sociedad
les había asignado. Se convirtió en la primera líder sindical del país,
enfrentando un sistema que prefería silenciar a las mujeres antes que
escucharlas. Décadas después, Esmeralda Arboleda y Josefina Valencia lograron
que el derecho al voto femenino fuera una realidad en 1954, un logro que abrió
la puerta a una mayor participación de las mujeres en la política.
La
cultura también se ha constituido en un campo de batalla de estos ideales.
Débora Arango, a través de su arte, logro exponer sin filtros la opresión generada
a las mujeres en una sociedad que prefería ignorar su sufrimiento. Sus
pinturas, fueron censuradas en su tiempo y hoy son símbolos de resistencia y
valentía.
El
camino no ha sido fácil. La violencia de género, las diferencias salariales y
la falta de representatividad en espacios de poder siguen siendo desafíos que muchas
mujeres enfrentan a diario. Aun así, la resiliencia ha sido más fuerte. Con la
Constitución de 1991, Colombia dio un paso fundamental al reconocer la igualdad
de derechos entre mujeres y hombres. Desde entonces, organizaciones como la Casa
de la Mujer y la Red Nacional de Mujeres han trabajado sin descanso
para visibilizar las injusticias y exigir soluciones concretas.
La
lucha no ha sido solo de mujeres. Escritores como William Ospina y Héctor Abad
Faciolince han reflexionado sobre la necesidad de suprimir el machismo desde la
educación. En la política, figuras públicas como Antanas Mockus promovieron
programas para reducir la violencia de género y cambiar mentalidades a través
de la cultura ciudadana.
Un
futuro escrito entre todos
La
historia de la igualdad de género en ninguna circunstancia puede constituirse
en una lucha de bandos, ni una competencia entre mujeres y hombres. Es más bien
un proceso de transformación colectiva, un esfuerzo para construir una sociedad
donde todas las personas tengan las mismas oportunidades sin importar su
género.
Cada
vez que alguien alza la voz contra la injusticia, cada vez que una niña se
atreve a soñar sin límites, cada vez que un hombre elige ser parte del cambio
en lugar de mirar desde la distancia, se escribe una página más en esta
historia. Porque la igualdad no es un favor que se otorga ni un ideal
inalcanzable. Es un derecho que nos pertenece a todos.
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